sábado, 14 de octubre de 2017

El mejor superpoder


Si pudiese elegir un superpoder, escogería vomitar purpurina. Me contratarían para fiestas infantiles a las que tendría que asistir temprano y comenzar a beber sin control ninguno para que, como colofón de la fiesta, pudiese verter sobre los pequeños invitados mis mágicas secreciones. Los niños y niñas, con los ojos brillantes de emoción, gritarían extasiados ante el espectáculo. Chillarían y reirían como posesos revolcándose en el suelo para conseguir ser el más brillante.

Y los padres. Los padres sonreirían viendo el espectáculo desde fuera, dándose codazos los unos a los otros señalando las hazañas de sus vástagos y ensalzando a los padres del homenajeado ante su magnífica ocurrencia y originalidad. Compartirían mi teléfono como si de un tesoro se tratara, solo al alcance de los amigos y familiares de mayor confianza.

Con el tiempo me contratarían en desfiles y ceremonias. Mi fama crecería. Luego la televisión, el cine, un disco de versiones junto a Enrique Iglesias y David Hasselhoff... Haría historia. Dinero, mansiones, coches de lujo y comenzarían los gastos descontrolados: compraría haagen dazs en las gasolineras y calzoncillos con nombre de señor. Luego vendrían las adicciones, la decadencia, la marginalidad y, por último, las drogas. Sin embargo, ante todo pronóstico, los estupefacientes harían que vomitase purpurina en diferentes y nuevos colores y entonces todo comenzaría de nuevo. Más fuerte, más sabio y con mucha más purpurina.

Sería feliz. Y haría feliz a mucha gente, tanto, que jamás lo olvidarían. Y todo por un módico precio.