- Buenas, favorables, gratas y provechosas
tardes.
- Buenas tardes caballero, ¿qué desea?
- Verá, es un asunto bastante delicado,
difícil, arriesgado y peligroso el que tengo que exponerle, ¿puede garantizarme
que nadie más puede oírnos?
El
veterinario miró por encima del hombro de su interlocutor, a ambos lados y
detrás suyo. La clínica estaba completamente vacía a excepción de ellos dos.
- Por supuesto, ¿de qué se trata?
- Tiene usted una misión –dijo el cliente con
actitud solemne para, a continuación, decir susurrando-. Ha de sacrificar a mi
pato, pero no debe alzar la voz, sería perjudicial, dañino, nocivo y pernicioso para nosotros si
éste nos oyera.
- Entiendo -le respondió también en voz baja el
veterinario, intuyendo que tenía en frente a una persona desequilibrada- ¿Y se
puede saber por qué he de sacrificarlo?
- Ese es el quid de la cuestión. Tengo pruebas
fehacientes, indiscutibles, irrefutables e irrebatibles de que mi pato es la
rencarnación del mismísimo Adolf Hitler.
- Señor -dijo el veterinario tras varios
segundos-, eso es imposible.
- Nada más lejos de la realidad, ya le he dicho
que poseo pruebas. Observe.
Dicho esto, el cliente se
agachó para coger una pesada bolsa de la que sobresalía la cabeza de un pato y
que pasó a depositar sobre el mostrador de la clínica veterinaria.
- Aquí lo tiene, júzguelo usted mismo.
- Disculpe pero no lo entiendo, yo solo veo un
pato normal.
- ¿Lo dice en serio? Pero fíjese hombre, es
evidente, claro, notorio y obvio que es –de nuevo susurrando- la reencarnación de Hitler.
- ¿No lo dirá por esa mancha que lleva sobre el
pico?
- ¡Chsst! No es… -el cliente tapó los oídos del
pato-. No es ninguna mancha, es un bigote, como el que llevaba, ya sabe… y le
salió el mismo día que empezaron a manifestarse el resto de las evidencias.
- ¿Qué evidencias son esas? ¿Acaso habla
alemán? ¿O es el dirigente de algún partido ultraderechista? ¿Ha intentado
invadir algún país?
- ¡Calle hombre! Si algo no necesita este pato
es escuchar esas ideas. Además, los dos hablamos alemán perfectamente.
- De usted pase, pero me niego a creerlo de su
pato.
- Pues créalo, de hecho fue el pato quien me
enseñó a mí.
- Su pato.
- Sí.
- Le enseñó alemán.
- Sí.
- ¿Y podrían mantener una conversación ahora
mismo?
- No.
- ¡Ajá! ¿Y por qué no?
- Por timidez.
- ¿Su pato es tímido?
- ¡No diga memeces! Yo soy el tímido, el
introvertido, el retraído y el callado. El pato es un gran orador que puede
llevar a su público a un paroxismo frenético, enardecido, delirante y encendido
tal y como lo haría el mismísimo Hitler.
- ¿Y podría dar ahora uno de esos discursos?
- Lo siento, pero padece de afonía. De todas
formas poseo otras pruebas–dijo mientras sacaba de la bolsa una camiseta
sucia-. Cójala y huélala.
El veterinario cogió
intrigado la camiseta y, tras olerla intensamente, la arrojó sobre el cliente
con asco.
- ¡Dios mio! ¡Huele fatal! ¿Se puede saber de
que diablos se trata?
- Heces de pato, obviamente.
- ¿Y por qué demonios quería que oliese heces
de pato? ¿Está loco?
- Lo he hecho para que compruebe que ha sido
obra suya. Fíjese bien, mire dónde están las heces.
- Veamos, la mancha está justo sobre la marca,
Calvin Klein. Una lástima, la verdad, pero no entiendo a dónde quiere llegar.
- ¿No lo entiende? ¡Calvin Klein es judío! ¡Lo
hizo adrede! Es su malvada, ruin, vil e infame naturaleza la que le hizo
cometer este acto.
- ¡Pura casualidad oiga! Además, sigo pensando
que lo del pico es una mancha, de hecho, lleva usted en el bolsillo de la
camisa un rotulador y restos de tinta en los dedos. Es todo una patraña.
- ¿Osa acusarme de tal infamia? ¡Le digo que
este pato es un peligro! Ayer mismo, cuando pensaba que no lo observaba, lo vi
desfilar e incluso levantar el ala, ya sabe, a modo de saludo.
- ¿Insinúa que su pato puede hacer marchas
militares y realizar el saludo fascista? Es lo más absurdo que he oído en mi
vida.
- ¡No es ni absurdo, ni disparatado, ni
desatinado, ni pasado lo que le digo!
- Pasado no es ningún sinónimo, oiga.
- No, pero está formado por una sílaba de cada
una de las otras palabras ¡Me enerva usted con sus acusaciones y no consigo
encontrar los sinónimos adecuados! –exclamó indignado el cliente mientras
sacudía los brazos, hecho que propinó que cayera su bolsa al suelo, haciendo
que el veterinario se agachase a recogerla. El cliente aprovechó dicho momento para
pintar una esvástica en la cola del animal-. ¡Mire! ¡Un estigma! ¡Ya no hay duda!
¡Debe sacrificar a este pato ipso facto!
- ¡Eso acaba de pintárselo usted mientras no
miraba!
- ¡Sandeces, paparruchas, bobadas, majaderías!
- ¡Eso ni siquiera son adjetivos! Además,
todavía lleva usted el rotulador sin capucha en la mano. Y que me dice de esto
–dijo mostrándole un libro sobre recetas de pato que había caído del interior
de la bolsa-. Estoy seguro de que lo que usted quiere es cocinar a este pato y
que yo le haga el trabajo sucio gratis.
- ¡De ninguna manera! ¡Mi motivación es simple,
sencilla, modesta y humilde! En cambio a usted se le debería caer la cara de
vergüenza de pensar en el dinero cuando nos enfrentamos a un hito que podría
cambiar el curso de la historia.
- Salga de mi establecimiento inmediatamente.
- ¡Se arrepentirá de esto! ¡Recuerde este día
cuando hordas de patos invadan nuestros parques, zoos, pueblos y ciudades!
–gritaba mientras salía por la puerta de la clínica- Por cierto, ¿cuánto
costaría sacrificarlo?
- ¡Largo de aquí! –el veterinario lanzó el
libro de recetas que el cliente había dejado en el mostrador, con lo que logró
que finalmente se fuera.
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